El Cordel de los Campos de Marte





El Cordel de los Campos de Marte marca en el mapa aquellos espacios abiertos que han hecho de Lusitania un territorio deseado, peleado. Sus coordenadas en la tierra de nadie han configurado una geografía permanentemente devastada, por el que han pasado ejércitos de todos los colores y banderas: cristianos, musulmanes, británicos, franceses, españoles, polacos, irlandeses, golpistas o portugueses.

La ciudad de Badajoz, con sus veinte asedios a lo largo de la historia, es la metáfora más implacable que se pueda escribir para definir ese estado de sitio permanente al que ha sido sometida nuestra casa de nómadas.

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Hemos establecido el prólogo de esta ruta del desamparo en Arroyomolinos. Se puede acometer una senda abrupta y hermosa de molinos. Está de moda. Y merece la pena. Pero estas líneas quieren recordar el 28 de octubre de 1811. El viajero evoca la Batalla de Arroyomolinos si transita por los márgenes del Aljucén y no muy lejos de Alcuéscar. Cuentan las crónicas que con la Sorpresa de Arroyomolinos tropas aliadas derrotaron al impecable ejército francés. El viajero ha de saber que cuando las crónicas hablan de aliadas se refiere a banderas inglesas, españolas y portuguesas. Si las crónicas lo dicen, habrá que hacerles caso, pero recorrer al atardecer esos caminos tejidos entre los bosques de Ramón (padre e hijo) es una buena ocasión para iniciar un periplo guerrero y trashumante.

A Medellín hay que ir con la llegada del otoño, cuando en los campos el humo blanco de la quema de rastrojos oscurece el horizonte y lo viste de recuerdos.

No nos gusta el fuego. No nos gusta nada. Y nos duele ver arder los bosques y los campos lusitanos. Pero, al parecer, el ciclo agrario provoca estas imágenes. O al menos eso cuentan.

Desde lo alto de su castillo puedes recorrer con la mirada las llanuras que conducen a Don Benito y a Mengrabril. Y en ellas las columnas de humo te recuerdan que en esos llanos se produjo la Batalla de Medellín. El 29 de marzo de 1809. Las crónicas hablan de más de 10.000 bajas, y unos campos bañados de sangre.

Ganaron los franceses, dicen. Pero el humo que se divisa desde el castillo no distingue banderas ni infanterías. Súbete a las almenas y podrás ver a los jinetes de un lado atacando a los soldados del otro. Aquellos que ves al fondo son los dragones que están cruzando el Guadiana por ese puente que acaba de atravesar una pareja de jóvenes en bañador. En el flanco izquierdo, una pequeña playa y la artillería del Duque de Alburquerque. No huyas, porque el General Cuesta te privará del uso de pistola.

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Que por mayo es por mayo cuando la trouppe de Paco Carrillo y Olga Estecha toma, en son de paz, los campos y los campamentos festeros de la Albuera. Han pasado casi 14 años desde que llegaron por primera vez para hacer suyos los versos de Lord Byron. Campo de Gloria y dolor.

La Batalla de La Albuera fue aterradora. Tuvo lugar el 16 de mayo de 1811, cuando las romerías isidriles, cuando están los campos en flor, que por mayo era por mayo. Y sí, claro, se enmarca en las guerras napoleónicas. Y sí, claro, nadie salió victorioso. Todos perdieron. Todos perdimos. Sobre todo nosotros.

Has de ir, viajero, a mediados de mes a La Albuera. Verás a los ejércitos y verás estrategias y desfiles. Y escucharás una música atronadora que eleva el espíritu y emociona el alma y enciende el ardor guerrero.

Y escucharás gaitas que llegan de las islas del Canal de la Mancha, porque dicen las crónicas que regimientos ingleses lucharon en estos campos que un día fueron bañados en sangre, y que hoy, con las últimas lluvias, resplandecen del verde de la vida.

Y verás a jóvenes ataviados con uniformes polacos, portugueses, españoles, franceses, y verás a otros jóvenes que son el pueblo de la Albuera. El cura, el maestro, los campesinos, las mujeres hermosas y el amor en sus caras.

Siempre hemos estado en guerra. Pero 1640 es la fecha desde la cual se sucede la devastación que no acabará hasta el siglo XIX. A este lado de la raya apenas hemos leído de la Guerra da Restauraçao. Lisboa logró la independencia y la victoria sobre el ejército español. Las consecuencias, como casi siempre, más tierra de nadie.

La Batalla de Montijo tuvo lugar entre ejércitos portugueses y españoles el 26 de mayo de 1644 en el transcurso de esa guerra que nunca hemos estudiado en los libros de historia.

Las crónicas no se ponen de acuerdo. Unas dicen que los vencedores hablaban portugués. Otras cuentan que tenían un fuerte acento levantino.

Hoy es un campo sembrado de parcelas y de acequias numeradas. Y de árboles frutales que parecen nubes de algodón ensortijadas en primavera. Si el viajero abandona la autovía a la altura de Lobón, atravesará el Guadiana, dejará en el flanco derecho las ruinas romanas de Torre Águila y se podrá sumergir en un microcosmos de canales. Es el agua que devolvió la vida a estas tierras. Que no se le escapen al viajero los dos hermosos palomares que están casi escondidos entre los maizales. Detrás de ellos podrá ver a algún soldado atrincherado esperando las órdenes de ataque de Matías de Alburquerque. Ha empezado a llover y el cielo oscuro nos trae una caravana de camiones y furgonetas que llegan al polígono industrial que está naciendo ante nuestros ojos.

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El Río, el puente y el fuerte. Parece sacado de una canción de Hérois do Mar. El Río es el Gévora, el puente es el que llaman de Cantillana y el fuerte es el de San Cristóbal. Son tres de los lugares que fueron testigos, la fría mañana del 19 de febrero de 1811, de una de las batallas que tuvieron lugar durante las Guerras Napoleónicas.

En la Batalla de Gévora el ejército francés a punto estuvo de aniquilar por completo al Ejército de Extremadura, al que sorprendió en las cercanías del Fuerte de San Cristóbal, en las puertas de Badajoz. Apenas veinte días después, la ciudad cayó en manos francesas después de un implacable asedio.

Bajo el puente de Cantillana pasa una senda verde y un grupo de ciclistas y la venta de Antonio. En el centro del puente, un agujero enorme, tan enorme que lo puedes ver desde Google Earth. Gaspar Mendes lo construyó. El paso del tiempo y la metralla del olvido están acabando con él. Date prisa.

Al fuerte has de subir con mirada serena y la imaginación a flor de piel. Apenas unos muros y muchas pintadas de aliento libertario. Al fondo, la Alcazaba de Badajoz y el rio, el Guadiana, claro, siempre el Guadiana.

Cómo añoramos esos días. Sobre todo, cómo añoramos esos atardeceres en la munya, el hermosísimo jardín que dicen y cuentan que tuvo Al Mutawakil a la vera del río, detrás de la Torre del Apéndiz, en la Alcazaba que miras desde San Cristóbal. Eran puestas de sol bañadas en versos, en cantos dedicados al amor y a la buena vida.

La Batalla de Sagrajas es más antigua que el fuerte. Mucho más. Pero su geografía está muy cercana. Tan sólo unos kilómetros hacia el flanco norte. Junto a los dos ríos en los que ya tanto hemos navegado desde el GPS. 23 de octubre de 1086. Cristianos y musulmanes. Ímpetu y arrojo. Y algo de imprudencia. El ataque cristiano se hace en viernes. El día sagrado de Al Mutawakil. La venganza no se hace esperar. Los de la cruz salen en desbandada, y los poetas de la munya celebran con cánticos épicos la victoria.

Pero ya nada fue igual. Los versos de Al Mutawakil fueron apagándose, y los surtidores de La Galera, secándose. Era el final de una era. Llegaba la oscuridad. Zalaka fue, en el fondo, una emboscada a nuestro futuro.

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Elvas es un tesoro de baluartes. La Batalha das Linhas de Elvas se libró el 14 de enero de 1659 entre los ejércitos de que venían desde Castilla y los que llegaban desde Setúbal y Coimbra.

Elvas es un teatro… de operaciones. Si el viajero sube al Forte de Sta. Luzía podrá ver una maqueta de la batalla, y armas antiguas y maniquíes en las esquinas de las calles del fuerte. Que no se preocupe, porque el guía le hablará maravillas de la batalla de las Líneas. Que no intente hacer fotos, porque no quiere que le robes la memoria.

Pero si el viajero quiere conocer mejor la Batalha, habrá de escalar al Forte de Graça. Estará cerrado. Pero si se puede colar, no olvidará el viaje en muchos años. Lo que ese fuerte esconde y atesora, ya abandonado, forma parte de las páginas más hermosas del libro de nuestro patrimonio. Bajo el fuerte, las planicies y las colinas alentejanas de la batalla. A lo lejos, el padrâo. El monumento que recuerda la gesta y los héroes.

Si el viajero dirige la mirada hacia el norte, puede imaginar Ameixial. La Batalha do Ameixial tuvo lugar el 8 de junio de 1663. Como todas las de la guerra restauradora nunca nos la contaron en los días de escuela. Al borde de la carretera, el viajero puede pararse para leer la leyenda que está escrita en el mármol del padrâo. Orgullo nacional, dicen.

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En el paraje de Montes Claros quedan los recuerdos en mármol de La Batalha de Vila Viçosa. 17 de junio de 1665. Vuelven los unos y los otros. Pero hoy puedes llamar a la puerta del Convento de la Luz, cerca, muy cerquita del padrâo que conmemora ese día de junio. El convento no es convento. Es una hermosísima casa grande con capilla azul. Su ama y señora te atenderá por la tarde. Los perros no te molestarán. Ella te contará las historias de su marido en las colonias mientras te marca con los dedos huesudos los puntos cardinales de la batalla. Tienes para toda la tarde. Para el día siguiente, Florbela, la poetisa de Vila Viçosa, te espera en las puertas de ese castillo normando que parece salido de las películas de Ivanhoe.

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Viajero, Badajoz es el principio y el final. La plaza fuerte que todos desean y la ciudad que nadie ama. La ciudad que parece salida de algún versículo de la Biblia, de algún poema crepuscular de Kavafis o de Pessoa. La ciudad de la guerra y de la aduana, de las armas y del mercado. Tantas veces asediada, tantas veces destruida, y sin embargo es, sobre todo, la ciudad. Una princesa que hoy se mira en el río y mañana es repudiada. Un lugar en el mapa que todos quieren marcar, Jerusalén, Sarajevo, Varsovia bajo las bombas, Alejandría por debajo del agua.

Nunca se creó un himno para ella, pero lo está pidiendo a gritos. Nunca una canción de amor, pero Lusitania no se entendería sin los versos que se escribieron junto al Guadiana en los atardeceres aftasidas. Es, sencillamente, imprescindible. Es la ciudad que pudimos ser.